domingo, 29 de agosto de 2010

El silencio y la voz de Dios



Si no hablas,
llenaré mi corazón de tu silencio
y lo guardaré conmigo.
Y esperaré quieto
como la noche en su desvelo estrellado
hundida pacientemente mi cabeza.
Vendrá sin duda la mañana
y se desvanecerá la sombra.
Y tu voz se derramará 
por todo el cielo
en arroyos de oro.
Y tus palabras volarán cantando
de cada uno de mis nidos.
Y tus melodías estallarán en flores
por mis profusas enramadas.

R. Tagore


Con este hermoso poema empieza su libro "Muéstrame tu rostro" el padre Larrañaga. Será el primero de sus libros que leo. Lo he comenzado con ansia. Estoy hambrienta y sedienta, como dice el padre en su título: hacia la intimidad con Dios.



De su primer capítulo:
"Cualquiera de nosotros puede experimentar que cuanto más profunda es la oración, siente a Dios más próximo, presente, patente y vivo. Y cuanto más resplandece la gloria del Rostro del Señor sobre nosotros (Sal 30), los acontecimientos quedan envueltos en un nuevo significado (Sal 35) y la historia queda "poblada" por Dios; en una palabra, el Señor se hace vivamente presente en todo. No hay juego de azar, sino un timonel que conduce los hechos con mano segura.


Cuando se ha "estado" con Dios, él va siendo cada vez más "Alguien" por quien y con quien se superan las dificultades, se vencen las repugnancias y éstas se truecan en dulcedumbres; se asumen con alegría los sacrificios, nace por doquier el amor. Cuanto más "se vive" a Dios, más ganas hay de estar con él y cuanto más se "está" con Dios, Dios es cada vez más "Alguien". Se abrió el círculo de la vida.


Y en la medida en que el hombre contemplador avanza en los misterios de Dios, Dios deja de ser idea para convertirse en transparencia y comienza a ser libertad, humildad, gozo, amor y progresivamente se va transformando en una fuerza irresistible y revolucionaria que saca todas las cosa de su sitio: donde había violencia, pone suavidad; donde había egoísmo, pone amor y cambia por entero "la faz" del hombre."

¡Cuanta riqueza!... tengo que leerlo despacio y varias veces. Tengo miedo de perderme de hacer mía cada maravillosa idea...¡que tesoro!


Unidos en Sus manos,

Silvia
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